miércoles, 10 de diciembre de 2008

La maculada concepción


Una de las pocas cosas que se me han quedado grabadas del día en que me infecté es que, mientras tonteábamos —y de qué manera— el hombre ya infecto y yo, una avispa nos acosaba. Hubo un momento en que la avispa llegó a posarse sobre su polla, y aunque a mí las avispas siempre me han dado miedo, y a lo mejor al hombre ya infecto también le daban miedo, la ahuyentamos y seguimos a lo nuestro… Yo no creo para nada en los avisos del más allá, y menos en los de las avispas, pero la verdad es que ese día el tonteo me dejó una sensación muy rara. Fue entre las dunas, el verano de 1998, y yo tenía 21 años. Pena, penita, pena.

Me intento acordar del tonteo y del hombre ya infecto, y sí, me acuerdo de que éste tenía bigote, pero en realidad lo único que veo con nitidez es la avispa… y un trozo de polla; nada bonito, por cierto.

De lo que sí me acuerdo muy bien es del día ése en que el médico aparece en la sala de espera, pronuncia tu nombre —en mi caso fue un número— y todo pende de un hilo, o más concretamente de si te llevan a una consulta de las de toda la vida o al cuartito de las malas noticias, y el cuartito de las malas noticias es inconfundible; cuando lo ves sabes que estás en él: el mío era más una salita de estar que otra cosa; había dos sillones más mullidos de lo normal, colocados uno frente al otro, con unos reposabrazos de madera muy anchos; y una mesa de centro redonda con, cómo no, una gran caja de Kleenex encima. Como para no sospechar.

La verdad es que en el paseíllo de la sala de espera al cuartito yo creo que ya se intuye.

El Doctor L dijo mi número y todos miramos nuestro papelito... yo miré al doctor mientras me levantaba y, aunque entonces no lo pensé, tenía toda la cara de alguien que te va a dar malas noticias: una cara intensa; no una cara de rutina, ni de aburrimiento; y en cierto sentido era también una cara de satisfacción, supongo que porque dar malas noticias tiene su aquel, y porque para qué te vas a meter a médico si no quieres que te salgan pacientes como Dios manda.

Paseíllo aparte, una vez entras en el cuartito ya lo tienes bastante claro, y aun así no puedes hacer otra cosa que esperar y contestar a las preguntas preliminares. El médico te pide que le confirmes la fecha de nacimiento, y tu dirección. Te dice que los parámetros de la analítica son buenos: colesterol, función hepática… Y te dice que no tienes gonorrea, y te dice que no tienes sífilis, y te dice que no tienes otras cosas que ya no te importaría tener, porque para entonces no te queda la más mínima duda de que tienes algo peor; pero tú ahí, diciendo «ah, ok, great, thanks», en el cuartito. Y entonces te dice:

«I'm afraid your test for HIV has come back positive».

Y tú piensas: ¿Le pregunto si “positivo” quiere decir que lo tengo, o será que si el resultado es positivo quiere decir que no lo tengo, porque anda que no sería positivo eso?…, pero sabes que no, que pensar eso es una tontería, porque estás en el cuartito de la malas noticias, y el cuartito es mucho cuartito.

Recuerdo que el Doctor L me hablaba muy despacio, igual por lo de ser yo extranjero, y dejaba silencios inusualmente largos entre casi cada frase. Yo sentí más vergüenza ajena que otra cosa, por la situación y por las expectativas. Al poco de darme la noticia cogió la caja de Kleenex y la puso sobre uno de los brazos de mi sillón, animándome a llorar, así sin más; y más tarde, por si no me había quedado claro, me dijo: «It’s ok, you know... to feel upset»; pero a mí seguía sin apetecerme. Qué decepción.

El Doctor L, que se acordaba de mí, del día que me hice las pruebas, me dijo que entre el positivo inicial y el test de confirmación había encendido una vela por mí en la catedral de Manchester. El Doctor L me había puesto una vela. En la catedral de Manchester... Ah, ok, great, thanks.

En una consulta vacía, a la que me habían llevado por si quería usar el teléfono, llamé a mi amigo Bryan, para ver si podía venir a recogerme; y entonces, a mitad de llamada, empecé a llorar, y además de verdad. En el 98, ésta era una mala noticia, y yo a fin de cuentas no me la esperaba. Yo había ido a la clínica por otra cosa. Nada más colgar el teléfono entró el Doctor L, que, satisfecho al fin, me abrazó.

Bryan vino a por mí, y hablamos de camino a casa, pero la charla no me consoló. Se lo conté a dos amigos más, al poco tiempo, pero me sentí solo. Y así una y otra vez, hasta que me olvidé.

Sois todos unos cabrones.

Todos menos el Doctor Lázaro.

jueves, 27 de noviembre de 2008

El gen 0



Los gays somos capaces de hacer agujeros talla única en cualquier tipo de pared, siempre, eso sí, que dicha pared sea un tabique entre retretes... A lo mejor es algo que traemos de fábrica; parte de nuestro código genético específico: el gen del glory hole. Puede que tú no lo hayas hecho nunca, y puede que yo tampoco, pero el gen está ahí.


Yo tenía un wáter en Nottingham, al pie de la tienda de regalos en la que trabajaba...


... pasaba tanto tiempo en el wáter que el cartero bien podría haberme llevado allí el correo (C/ del Servicio del Centro Comercial, Retrete 2, Agujero 1, CP 00000).


Yo, ciertamente, nunca hice agujero alguno, pero siempre fui lo suficientemente caballeresco como para apreciar los esfuerzos y habilidades de mis congéneres a la hora de abrir aquellos agujeros por los que, más tarde o más temprano, todo cabía; y cuando digo todo, quiero decir to-do...

A veces la cosa empezaba con un minúsculo orificio... lo suficiente como para poder espiar al vecino y saber si te enfrentabas a un usuario real del wáter (venga, acaba ya...), a un falso usuario (¡Sí!), o, lo más confuso, a un gay que se estaba cagando (venga, acaba ya... ¡Sí!... venga, ¿acabas ya...?... ¡¡Sí!!).

A veces los agujeros eran tan grandes que, a efectos de sexo, es como si no hubiera tabique... en estos casos el tabique hasta venía bien... una especie de tope que le ayudaba a uno a mantener una buena postura, como una silla ortopédica. Y a veces el agujero era tan sumamente enorme que dos personas que habían entrado en retretes distintos acababan, tras algún ruidaco que otro, saliendo juntas del mismo... los demás, esperando impacientemente nuestro turno, no teníamos más remedio que aplaudir entusiasmados... era magia gay.


La cuestión es que en dicho wáter, al pie de dicha tienda, había uno de estos agujeros muy grandes... tanto que algún responsable del centro comercial finalmente decidió ponerle remedio: de un día para otro taparon el agujero colocando a ambos lados del tabique unas gruesas placas de metal.


Jamás lo olvidaré. Todavía hoy hay noches en que me despierto gritando aterrorizado... empapado de sudor, por supuesto.


Aquel día, antes de pasarme por el wáter, desde el mismo mostrador de la tienda, que estaba cerca pero no al lado, más bien de camino, yo ya sabía que algo se cocía... el ir y venir de mis congéneres era intenso... los intervalos no cuadraban... y había una especie de desesperación en el ambiente mezclada con una pizca de ultraje contenido... se escuchaban murmullos, finas voces escandalizadas... Tú te crees... media mañana en el autobús y ahora esto... qué poca consideración...


En cualquier caso, y para abreviar: tras la aparición de diversos rasguños desesperados sobre la placa de metal, a ambos lados, en la zona donde otrora estuviera el maxiagujero, se ve que alguien debió de traerse un maxitaladrador de su casa porque, también de un día para otro... voila... ahí estaba de nuevo el túnel.

Viva el gen 0.


Vayan pasando.

domingo, 23 de noviembre de 2008

La sala



Cuando la sala de espera está llena (que hoy no es el caso), y no queda ni un asiento libre, los retrovíricos formamos un círculo imperfecto...

...y en el centro del círculo, más corro de la patata que círculo sagrado, hay una cocinita y un castillo de juguete, y unos cajones con cuentos... todo ello sobre una pequeña parcela de moqueta con un estampado a base de Mickies y Minnies y Donalds... ¿Sera de imitación la moqueta, o tendrá etiqueta de Disney?

El círculo retrovírico siempre tiene apéndices: un grupito de pacientes sueltos, en su mayoría en sillas de ruedas, con goteros también sobre ruedas, depositados aquí y allá por las enfermeras; y luego están las pequeñas hileras de asientos multicolores, de plástico, pegadas a sólo parte de las paredes de la sala de espera, y de los pasillos que llevan a las consultas. Tres asientos... dos metros de pared desnuda... otros cuatros asientos... metro y medio de pared... ¿? Entre actos, las enfermeras te dicen que esperes en alguna u otra de estas hileras, como si cada minihilera tuviera una función distinta, que supongo que así será...

aquí si ya te han pinchado pero no te ha visto el médico...

aquí si ya te han pinchado y te ha visto el médico pero no la farmacéutica...

aquí si ya te han pinchado y te ha visto el médico y la farmacéutica pero tienes gonorrea;... ay... lo que nos vas a costar de criar... o de matar.

Los asientos en círculo, el castillo, los cuentos, las hileras colocadas sin ton ni son, el significado oculto de las hileras... a lo mejor la sala la ha organizado alguno de los hijos de alguno de los médicos... algún niño que se ha aburrido de su guarida hecha con dos sillas y una sábana y se ha liado con nosotros, los sumisos pacientes de Infecciosas; en vez de una guarida mágica, una sala de espera mágica; y aquí nadie rechista, que aquí siempre estás a la espera de que te pinchen... y nadie rechista cuando sabe que le van a pinchar, o a meter un bastoncillo por el glande o (perdón por insistir) un rectoscopio por el recto, que para eso está. No, de rechistar nada. En esta sala reina la docilidad.

En la sala hay cinco ficus lustrosos, muy cuidados, ¿muy de plástico? Pues no lo tengo muy claro.

Las paredes: del suelo hasta la mitad son de un azul claro tipo hospital, de mitad de pared para arriba son de un salmón claro tipo hospital... las dos mitades las separa una cenefa de muchos colores claros... tipo hospital... los cuadros de las paredes son de un soso, de un insignificante, de un ni-te-molestes-en-mirarme... tipo impresionismo hospitalario.

¿Por qué son siempre así los cuadros de los hospitales? ¿Por qué siempre barcas, campos, amaneceres y nenúfares, y siempre todo difuminado? ¿Y los marcos? Dorados y de plástico.

Esta sala de espera es políticamente correcta, está llena de supuestos toques hogareños, tiene tea-making facilities; abundan, en cualquier caso, las buenas intenciones, y eso lo compensa todo.

Alguien llega, le susurra algo a las recepcionistas y se sienta. Un hombre o una mujer. Las recepcionistas hablan, yo escucho. Alguien más se sienta. A saber quién. Mastico chicle. Creo que una enfermera se lleva a uno de los pacientes con su gotero sobre ruedas. Toqueteo mi libro. Miro hacia abajo. Un paciente habla con las recepcionistas y todos lo escuchamos todo. Vergüenza ajena. Leo un poco, pero que muy poco. Huelo el té que alguien se está haciendo en la cocinita de verdad, a la derecha del círculo de fuego, no la de mentiras, que está dentro y que yo juraría que no la ha usado nunca ningún niño retrovírico; pero ahí está.

Y alguien más se sienta, y creo que ya... la sala a tope... el círculo retrovírico arde... y yo me pongo a mirar los juguetes un rato, obsesivamente.

Entonces dicen mi nombre... y me levanto... y se supone que éste es mi momento, mi momento Oscar... "¿Francisco?... can you come with me, please?"... así que me siento justificado, me parece que puedo, aunque sólo sea un momento, muy rápido; y lo hago: hecho un buen vistazo al círculo, a las caras...

Nadie me mira. Ni una persona.

Somos todos iguales.

Los otros retrovíricos miran las revistas, miran hacia abajo, miran hacia los juguetes, miran hacia alguno de los cinco ficus, que la verdad es que son enormes...

Yo y otros... no nos miramos. Aquí nunca nos miramos a la cara. El que quiera mirar a la cara que se vaya a otro sitio.

Sigo a mi enfermera menos favorita, que me lleva a ver al Doctor W, y sé que después de esta primera visita tendré otra con otra persona, y me tocará esperar en alguna de las minihileras, y ya me siento aliviado. Creo que todos queremos estar en los apéndices. Todos queremos salir del círculo de fuego. Todos queremos ser el infectado por neglicencia, el que tiene escrito en la frente: "yo no"... A ellos les infectaron en una transfusión, durante un trasplante o algo así; nada sórdido, sólo trágico; ellos no son como nosotros, como los gays y las negras y los ex drogadictos. Ellos son los agraviados. Ellos sí que se miran, y ellos sí que hablan. Nosotros, los del círculo, los seropositivos sin excusa, no. La mayoría hemos salido de un armario pero nos hemos metido en otro. A mí no me mires... que yo no he hecho nada.

Acabo con el Doctor W y la enfermera N me dice que me espere justo donde yo esperaba que me dijera... la mejor hilera de sillas multicolores... desde aquí veo el círculo sin ser visto...

... a ver a ver a ver...

uno... dos... ¡tres!, ¡¡cuatro!!... ... ... ¡¡¡me he acostado con cuatro!!!

Claro... con razón...

No.

Que no.

Que es broma... que no me he acostado con cuatro tíos del círculo.

La verdad la verdad la verdad... es que yo aquí no conozco a nadie.

Y seguro que cambio de opinión... pero... ahora mismo, ahora mismo...

... me doy un poco de pena.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Mark Anthony




Yo tenía un consolador; pero un día lo tiré.

Era grande, era ancho (¿consoladores pequeños y finos?… para eso me quedo como estoy); era de color carne y era carnoso; era sustancial… estaba modelado en la polla de un actor porno británico, Mark Anthony, él también con su propio retrovirus particular, lo cual me ayudó a congraciarme con su miembro ya previa compra.

No tenía función vibradora, pero a mí eso me daba igual; tampoco tenía ventosa, pero es que pesaba mucho. El consolador, eso sí, venía con una bolsita de seda roja que se cerraba con unas cuerdas de color negro; tipo talega del pan pero para consoladores. Uno acababa con el consolador, lo limpiaba, lo guardaba en su bolsita satinada y aquí no ha pasado nada. Todo con mucha dignidad y glamour, que para eso estaba la bolsita roja, creo.

Yo quería practicar, porque —no me andaré con rodeos— siempre he sido un poco estrecho, y la gente, ante mis desistimientos y muecas, siempre decía que eso era lo que debía hacer: practicar… quizás también hacerme enemas para relajarme, o para que se relajara mi ano, o mi recto, o la próstata, o yo qué sé… Pero a mí lo de los enemas nunca me hizo mucha gracia, así que un día me dije: ¡a practicar!

Practice makes perfect.

Además, como cada seis meses me hacen la rectoscopia y siempre me parece tan molesta, pues pensé que igual a base de entrenar hasta empezaba a disfrutarlas. Dos pájaros de un tiro. Ya vería el médico que virguerías sería capaz de hacer con el rectoscopio en la siguiente visita; y una y dos y tres, pas-de-bourré.

Miré varios catálogos y me decidí por el consolador arriba descrito, sin escatimar en gastos. Me lo tomé como una inversión.

«Qué bonito… ¡y cuánto pesa!», pensé cuando por fin llegó, convenientemente, un sábado por la mañana. Tenía todo el día por delante. Lo metía en su saco satinado, cerraba las cuerdas, las aflojaba, lo sacaba y lo volvía a meter. Antes de ir al (gr)ano, y por puro instinto, lo chupé un poco, algo que enseguida decidí que no volvería a hacer.

Aquel primer día cierro las cortinas, enciendo la lámpara de pie, me quito el pijama y los calzoncillos, subo la calefacción, cojo lubricante y varios condones. Le pongo un condón a Mark Anthony y empiezo a sentirme un poco raro.

Ahora bien, el primer problema real: ¿dónde lo apoyo?

Pruebo en el suelo, pero no llevo ni un minuto intentado acertar con el ano en el consolador, tratando de no caerme (y sobre todo de no caerme y acertar a la vez), y los muslos ya me arden; es como una sentadilla infernal… no, yo así no aguanto; esto no es cómodo.

En aquel entonces no tenía más que una silla en casa, y era una silla giratoria de ruedas, en el cuarto de mi compañero de piso (ausente aquel sábado), y la silla parecía lo único con una altura medianamente adecuada.
Pruebo... Pongo una toalla... El asiento es ligeramente cóncavo, lo cual dificulta las cosas: el consolador se cae. Lo sujeto con una mano, con la otra me agarro al escritorio y para abajo voy… así no me duelen tanto las piernas, pero el consolador no es mágico, y yo siento que me estoy intentando meter un cono de carretera por un agujero que no existe; le pongo más y más lubricante, y siento que me estoy intentando meter un cono de carretera grasiento por un agujero que no existe; me intento convencer: esto no es imposible; es cuestión de tiempo, de tomárselo muy poquito a poco (aunque bien podría haber empezado por no comprarme el consolador más king size que había).

Me intento relajar… respiración rápida y entrecortada… respiraciones lentas y profundas, y el consolador sigue siendo como una columna jónica, dórica o corintia, dependiendo de la rapidez, la presión y el ángulo de entrada respectivamente; de vez en cuando me incorporo un poco, toco el glande del consolador y dejo el dedo ahí, en la punta, hasta que vuelvo a bajar, como para asegurarme de que estoy acertando. Y sí, pero cualquiera lo diría: esto es como darse cabezazos contra la pared…

Tengo un grave problema añadido: la silla se va alejado, que al fin y al cabo tiene ruedas para algo, y yo noto que mi atención se desvía y en vez de intentar autopenetrarme estoy intentado fijar la silla al suelo con la fuerza sobrehumana de los primeros milímetros de mi inflexible recto, como apuntalándola con el consolador, o incluso atrayéndola hacia el escritorio con diestros caderazos cuando veo que se desliza, el consolador más palanca que otra cosa. Esto tampoco funciona.

Pruebo sobre el escritorio, mucho más estable. Problema: el consolador queda demasiado alto y tengo que estar continuamente de puntillas… Ahora me arden los gemelos. Cuando no puedo más y me dejo ir un poquito… es una violación… no, esto tampoco; soy masoquista pero no tanto. Me separo un momento del chorreante objeto y lo empiezo a mirar con resentimiento... y le pongo más lubricante.

Relájate por Dios, relájate.
De vuelta a la silla.

Uf uf uf ufufuf…

Ay au ay au ayayayllallai…

uuffff, uufffff, uuufffffffff…

Ayyy, aayyyy, ¡¡¡aaaaaaau!!!

Tumbado en el suelo, boca abajo, retuerzo el brazo sobre la espalda para introducirme el consolador sin más. Tengo un poco más de éxito, pero la fuerza repeletoria de mi recto es exponencialmente mayor que la fuerza impulsora de mi brazo. Hay dolor, pero no hay placer.

Me rindo.

Y tras varias veces de lo mismo, kilo de lubricante arriba kilo abajo, enema arriba enema abajo, hemorroide de más o de menos, acabé por rendirme del todo.

Tiré el consolador, porque tenerlo ahí, inutilizado, me causaba angustia, y tampoco era como para revenderlo en Ebay. Me compré una película de Mark Anthony…

… y me quedé, eso sí, con la bolsita roja satinada.

Algo es algo.

domingo, 26 de octubre de 2008

El Doctor W







Yo tenía una granja en África…

... Bueno, en realidad, yo tenía unas verrugas genitales en el recto.

Y quien dice «tenía» dice «tengo».

Pero es que decirlo así, a lo Meryl Streep, con kikuyu imaginario incluido, creo yo que le confiere una cierta dignidad a mi drama anal que nunca deja de alegrarme; me proporciona un alivio instantáneo, como si de un buen achuchón de Hemoal se tratara, de esos achuchones con cánula en los que, debido a la imposibilidad de saber si sale algo o cuánto sale, uno se acaba poniendo una cuarta parte del tubo de pomada. ¿Quién inventaría las cánulas?

Estoy mareado. Escribo esto en el autobús, camino del médico, que hoy no sólo me va a hablar del retrovirus sino también de mis sacrosantas verrugas genitales en el recto (en la última consulta me hicieron una rectoscopia con biopsia incluida, y el médico tiene, se supone, noticias frescas). El médico es un encanto, pero se pasa de didáctico. Seguro que me vuelve a decir que mis verrugas tienen forma de coliflor, y yo esto nunca sé cómo tomármelo; yo por si acaso ya estoy practicando mi cara de estudiante agradecido y apesadumbrado, porque ante sus enseñanzas repetidas no sé hacer otra cosa que poner esa cara.

Me sometí a una intervención quirúrgica hace unos años para que las verrugas desaparecieran de mi sacrosanto recto, y lo medio hicieron, pero han vuelto; han revivido, y ya están aquí, y más que alejarse de la luz estas verrugas vengativas buscan la luz (crecen hacia fuera; toda una delicia). Es la venganza de las coliflores vivientes.

Estoy en la sala de espera; siempre quiero coger las revistas del corazón que hay en las coffe tables pero nunca me atrevo, y hoy no es una excepción. Saco un libro interesante y hago como que lo leo, pero no me puedo concentrar porque no paro de pensar en las revistas.

El médico me llama; entro, me siento y dispara: me cuenta lo de la carga viral, los CD4s, etc… y en cuanto empieza a dibujar sus gráficos explicativos con curvas ascendentes yo enchufo mi cara monjil.

Hablamos de las verrugas y llega el bombazo: todo ha salido bien, pero me dice que de vez en cuando debo autoexplorar mi propia y accidentada cavidad anal (con mis propios dedos, he de suponer), ello para estar al tanto de posibles cambios en mis coliflores. Yo escucho lo que dice y medio sin quererlo frunzo los labios e intensifico el gesto monjil y asiento, asiento con todas mis fuerzas para que cambie de tema lo antes posible, sobre todo porque en la consulta hay un estudiante de medicina (un chico joven, negro) que nos observa con un estreñimiento mayor que el mío, y yo no quiero hablar ya más de mis tubérculos en su presencia. Uno tiene su dignidad.

El médico cambia de tema por fin, y me pregunta cuándo es la última vez que he tenido sexo (algo normal aquí... más que nada para elaborar estadísticas supuestamente útiles):

—Hace unas tres semanas —miento. Fue ayer, en una encantadora y limpísima sauna gay de Birmingham, con tres hombres diferentes, pero cualquiera le dice eso al médico.
—¿Fue con una pareja estable o un contacto casual?
—Un contacto casual —En este aspecto siempre soy honesto.
—¿Qué hicisteis? —pregunta con tono desinteresado mientras escribe cosas en mi historial.
—No gran cosa —respondo; intento mantener la serenidad.
—¿Te folló o le follaste? —En esta clínica son muy liberales, y yo lo celebro, pero no acabo de acostumbrarme.
—No, no —digo yo como quien dice “Uy por Dios, habráse visto”.
—¿Sexo oral?
—No no —No puedo más… ¿y si volviéramos a hablar de mis amigas las verrugas?
—Entonces… ¿masturbación mutua?… ¿o algo así?… —pregunta sin levantar la vista del papel, y a mí casi me parece percibir en su tono una cierta decepción.
—Sí; eso; eso.

Al estudiante parece que lo han desenchufado; tiene los ojos mortecinos y yo creo que ya no quiere ser médico. A lo mejor él también tenía una granja en África y acaba de decidir que es hora de volver.

Acaba la visita, recojo mi bolsa de medicinas de la farmacia del hospital y ya de camino al trabajo, en el segundo trayecto en autobús, pienso: yo no quiero tocarme las verrugas. Yo no quiero pensar en ellas. Yo quiero olvidarme de que están ahí. Yo no quiero que me las quiten porque duele tanto que no lo puedo soportar (y la probabilidad de que retornen es muy elevada)… y total, yo ya me he acostumbrado a pasar sin mi recto para casi todo.

Pero pasa un rato y me resigno y me suavizo; bueno… va… vale… me autoexploraré… y pienso, que ya que me pongo, mejor será hacer las cosas como es debido; en cuanto me baje del autobús me voy de tiendas a comprar guantes de látex, lubricante y una libreta de tapas duras:

«Querido diario verrugogenital, hoy…».

lunes, 8 de septiembre de 2008

Tabú


El Doctor A, acompañado por la enfermera J, le da las malas noticias. Y ninguno de los tres siente gran cosa.

Llega a casa. Abre, se escurre y cierra la puerta; deja la bolsa en el rellano y se está meando un poco pero no mea... gira a la derecha y se va directa... tiene prisa por sentarse en el comedor y quedarse mirando la pared frente al sillón.

El mueble del comedor es como una tortilla desestructurada; módulos de madera oscura barnizadísima y tiradores de hierro negros, y ese aire a moderno cuando no lo es... Ella resopla y piensa:

"Lo peor es el mueble bar".

... Y eso que le sirve para guardar los frutos secos; John le diría: “Eres una puta desagradecida; no aprecias lo que tienes”… pero como John no está, pues no se lo dice.

Por primera vez se fija de verdad en los libros de la casera, sobre el mueble bar; muchos primeros tomos de muchas colecciones diferentes que ni se pudiera decir mutiladas; no les faltan uno o dos, sino los once o veintitrés tomos que debieran haber seguido al gratuito.

“La Enciclopedia de la Salud (A – Antebrazo)”
… y si te entra algo malo con la “z” mejor te mueres.

“Enciclopedia de Historia Universal (1 – Los Orígenes)”… bueno, a partir ahí es como que no interesa, ¿no?

Ningún segundo tomo, y ningún tercero y así hasta el infinito, pero ello sólo lo piensa un rato… Y entonces deja caer la cabeza hacia atrás, y se queda mirando un trozo del techo estucado, y rendirse es un alivio.

Y el pensamiento toma forma:

"¿Y si dejara la bolsa en el rellano para siempre?".

... Pero no, decide que no lo va a hacer, y el porqué (el secreto) está en la salsa. Y más concretamente en el bote de salsa cinco quesos que hay en la bolsa del rellano; si la bolsa hubiera tenido el detergente de ayer o el kilo de manzanas de anteayer, entonces sí, quizás éste sería el momento; pero en la bolsa hay un bote de salsa cinco quesos, y es que le encanta. No lo va a hacer, y el secreto está en la salsa... y por fin, algo desafiante, habla:

–Pero que quede claro que podría, ¿ok?




lunes, 9 de junio de 2008

En la cola



Por Alá, cuánta gente. Me he vuelto a equivocar. ¿Me voy al otro lado? No... De lejos te parece que no hay mucha gente, pero cuando estás a punto de llegar, se llena. Ya viene la chica a abrir la otra caja. «Oye, ¿pasas tú?»; «No, no; yo me quedo aquí. Gracias».
Me ha puesto mala cara. No sé por qué. Le he dicho gracias. Me ha preguntado muy alto. Sé que tenemos mala fama. De maleducadas, sobre todo. De perras, también. Como si esperar en una cola, a la española, fuera algo a aprender y venerar.
Mi cola no se mueve. Quizás debería haberme ido a la otra. El cajero es lento, pero simpático. La gente se impacienta y chasquea la lengua y suspira. Veo de reojo a las chicas que tengo detrás; están haciendo muecas; creo que piensan que huelo mal, a curry. No huelo mal. Quizás debería decírselo, pero no me atrevo, o no me apetece.
Me quedo mirando hacia fuera, hacia las puertas de cristal, y auque soy consciente de que estoy en el supermercado, y aunque de vez en cuando me muevo unos centímetros, empujando la cesta con el pie, entro en trance. Me resulta fácil. Una cola lenta y una vista de la calle es todo lo que necesito. He hecho muchas colas desde que llegué aquí. Entro en trance y me olvido de los chasquidos y las voces bajas y las narices arrugadas. El médico me ofreció pastillas pero yo le dije que no. Me dan un poco de miedo. Pero como puedo entrar en trance... A veces, esperando, la gente es amable y me cuesta responder, pero es porque estoy en trance, no es porque sea una puta desagradecida.
La basura se arremolina a la entrada; está a punto de diluviar otra vez. He cogido el paraguas, menos mal. Cuando salí de casa hacía buen día. La amenaza de lluvia une a la gente; la gente mira el cielo negro que se avecina y luego se miran entre sí, a los ojos; completos desconocidos que se miran y sonríen.
A la gente no le gusta el cajero. Además de un poco lento, es un poco feo. A mí me cae bien. Me gustaría hablar algo más con él... no sé... quizás contarle lo que me acaba de pasar... explicarle lo que son los CD4... y la carga viral...

La otra cola está parada. Les adelantamos. He hecho bien en quedarme. Ya me toca.

Karen



Sabe que no se lo debería tragar, pero es que le gusta. Acaban y él le dice: «Oye, ¿no es peligroso?». Ella le dice que no tanto, que peor es juguetear con él… que si lo escupes, que si no... Ya le ha pasado antes; al principio el riesgo les da igual, pero una vez hecho, entonces sí; entonces ya no quieren estar con alguien así, entonces quieren a la que no hace eso. Ella se siente mal, porque le gusta el chico; le acaba de conocer pero le gusta tanto que le duele. Pero sabe que son dos mundos incompatibles. O tragas o enamoras. Así que opta por tragar. No debiera, pero es lo que hay.

Ele



Me aburre tanto el 69… y por defecto, la gente que lo orquesta, como si hubiera algo que orquestar; esa gente que se cree pionera y salvaje en el sexo… que no es que yo lo sea... o que sea bueno serlo... pero al menos no me gusta el 69.

Yo cuando veo que alguien quiere hacer el 69, es que le pierdo el respeto. No lo puedo evitar.

Qué momento tan horrible: estás tan tranquilo haciendo lo que sea, sexualmente hablando, lo que sea, cuando de repente él (por decir algo) te pone una mano en las costillas y la otra en la zona michelínica… parece ser que quiere maniobrar… parece ser que quiere que te muevas… sí, eso está claro... con lo a gusto que estabas... tú te pones a ello: te mueves a un lado y a otro, pero parece ser que no aciertas, porque él sigue presionando en la zona michelínica, tan sensible al roce…

...derecha, izquierda, nordeste… ¿cómo quiere que me ponga?... ¿le pregunto?... no puedo aguantar más la respiración, y quizás es por puro instinto de supervivencia que por fin se enciende la bombilla: ¡quiere me ponga en postura de 69!

Oh, my, God.

Yo, que quede claro, me posiciono… y, eso sí, desenchufo. No quiero vivir lo que se me avecina.

El 69 es una postura utópica; es el cuento de nunca encajar… Es que no somos números… él (por decir algo) no es un 6, y menos aún un 6 al revés. Si tú te aplicas como es debido, entonces él no se puede aplicar como es debido, porque, sencillamente, es que él no consigue aterrizar sobre la H (tragicamente, se queda corto o se pasa), o llega tan malamente que no merece la pena: no sientes nada, o, peor, te hace daño, por lo general por el efecto Pantoja —“dientes, dientes”—. Y no hay nada peor que “dientes, dientes"; eso lo sabe cualquiera.

Y viceversa. Ni él ni tú lo hacéis bien a menos que os acabéis turnando, con lo cual, ¿para qué? Para eso nos quedamos como estábamos.
Qué fatiga.

¿Y qué es lo quiero entonces, yo personalmente, y sexualmente hablando?… Porque si no me gusta el 69… ¿Algo me gustará, no? Pues claro, que no soy de piedra, ni un tiquis-miquis...

Quiero una cosa más que ninguna otra en el mundo; pero voy a utilizar la inicial de esa cosa, porque me da un poco de vergüenza decir la cosa en sí misma.

Yo, quiero:

L.

jueves, 15 de mayo de 2008

Neither this, nor the opposite... and a bit of both



Sometimes it’s not like I want to die, but it’s not like I want to live either. Like with other people I’ve read about, this tends to happen at night. Maybe the day when this finally happens during the day… well that will be the day. It's night time now. What a surprise.

I am simply not happy with anything. I have no realistic dreams; the only things I still think I would be happy with, are things that are just never going to happen, like winning the lottery, like getting rid of the retrovirus… I don’t know... maybe if I made an effort to save money and rented a place and filled it with IKEA furniture, maybe that would be it; but even that, even everything, feels as impossible as winning the lottery.

I'm sorry, but life sometimes is a piece of unadulterated shit. What I would give to be Mary Fucking Poppins. She was just great at night time. All that singing and all those chimneys. Mary Fucking Poppins really knew what she was doing. Can't sleep? Nevermind, just get to some roof with a few friends a fair few coordinated strangers and start singing and dancing. That's all. No real thinking involved. Fumes are good.

I care about nothing. Not even about myself. I am just a burden to myself. Always unhappy, always unsatisfied, always regretting, always longing for that past I used to hate, as if I hadn’t hated it, not caring much about the fact that some of the things I have now are the things I used to be so unhappy I didn’t have… always wanting what I haven’t got. And, of course, the fact that this whole thing is actually so ordinary, so unimpressive, so non-unique, only makes it worse. So very non-unique in adversity.

The morning comes and it’s not like nothing's happened, but it's not like anything's changed either. I think about cutting my hair, and I quickly make it my business to include it in my to do list for the day. I'm a little desperate today, a little edgy; but edgy, in some ways, helps; I've sensed today's not the day to ignore points in my list; today's a day to tick. To tick whatever. It's the ticking that matters. Ticking may be, in the end, the thing that saves me. It's tangible. It's tick or die. It's so fucking satisfying.

And so I cut my hair, with my father's clippers. In case you wonder, I do do the whole thing myself. How do I do the back bit? Well, just holding a hand mirror in front of my face whilst a larger mirror lies behind me, and twisting my arm and wrist and whole upper body fairly inhumanly. I like cutting my hair. It's better than having it cut anywhere I've lived... the hairdresser's: feeling ever so pathetic whilst you look at yourself in the mirror and feel weird for an eternity... subtly changing faces —you don’t want to look vain or silly, but you don’t want to look so consistently ugly either, so subtle face changes are on—… putting that eternally grateful face when the oh so skilful hairdresser holds the mirror so you can look at your own back of the neck, which is looking oh so wonderful.

I usually feel handsome after I cut my hair; though, in my defence, only for four to five days tops; after that, it’s downhill to Ugly Planet; the temples, greyer than the other bits, worry me particularly; grey hair, out of the just-cut look, is just plain ugly; I used to do the whole dyeing thing, but I don't now. That phase is over.

And now, simply, it’s night time again.

Mother of God. Will you do something?

sábado, 2 de febrero de 2008

Experience # 2: The rectoscopy

Sorry if you find this unpleasant, but I want to say this: I have had a proctoscopy or two (I still like to keep it casual). In case you don’t know what it is exactly:

"Proctoscopy is a common medical procedure in which an instrument called a proctoscope (also known as a rectoscope) is used to examine the anal cavity, rectum or sigmoid colon. A proctoscope is a short (10in or 25 cm long), straight, rigid, hollow metal tube, and usually has a small light bulb mounted at the end. During proctoscopy, the proctoscope is lubricated and inserted into the rectum, and then the obturator is removed, allowing an unobstructed view of the interior of the rectal cavity. This procedure is normally done to…"

Why do they call 10in (or 25 cm) “short”?… I know colonospy tubes and similar instruments are much longer, but they are narrow and flexible, not “straight and rigid and hollow (... so I am being penetrated by it but it has nothing inside?) and metal (have this people heard about life-imitating latex or silicon?; this whole procedure could be a lot nicer!)”.

Proctoscopies are not nice… kind of like root canal work or penis swabs… not that terrible, objectively and physically and generally speaking, but so very damaging psychologically… after my last one I felt I had to go into the Bhs restaurant and have a cream tea... in my mind it was the only thing that seemed have to have the potential to sedate me.

But for me the worst thing is not that during the whole process I am terrified of not being squeaky clean in there (I am very rectum-proud), but rather that terrible predicament you find yourself in once it is almost all over and, having the doctors initially put a truckload of KY into that moist but not slippery cavity, you are given one, I repeat one, wafer-thin Kleenex to clean all the allegedly excess lubricant.

I don’t know… maybe I am just missing the point… Maybe the clinic has a policy of leaving you all lubricated for whatever may happen later: why take it off if you’re going to put it on/in again. Still, it’s a very odd situatior; for starters, you don’t want to put the wipe to proper use (or indeed ask for more paper with that very target in mind) in front of the customary doctor and nurse, who are normally still there, talking to you and writing things and maybe feeling like shit. After what’s just happened, I always feel that what little dignity I have left I would like to keep; to me, that means no proper wiping in front of sentient beings… and yet again the fact is: there’s always ten times more KY than the one Kleenex could ever absorb. So what do you do?: you reluctantly use what you are reluctantly given (no need to be impolite either), very casually of course, like you don’t need to, with head well high, and after the one swift and almost accidental swipe you use all your arm strength to bomb-drop some bin. And then you fly, fly, fly --literally, silkily, soothingly, effortlessly and, after the first step, incontrolably-- lubricated to death, to the nearest toilet with adequate paper supplies and you clean yourself like god intended: strenuously and alone.

But it's impossible to it take all away... And so for the rest of the day you feel kind of diluted, kind of like a runny sauce; kind of slippery and kind of whorish; kind of shit and kind of oily. Kind of like a KY-filled Kinder Surprise. Hello kiddies!

Then there is the position you have to be in for this sort of anal procedures. I am just going to say it: the fetal position. I find the fetal position is inherently humiliating… I guess is because I am not a fetus anymore? I am 31 for god’s sake. And I love how they always prepare you at least 10 minutes before the doctor arrives by telling you to undress and lay on some extremely narrow and feeble-looking bed in the fetal position... I think: couldn’t we do it once the doc arrives and there is a point to it? I mean, he's hardly going to cross the door, run my (back)side and impale me, is he? He'll take some time, I'm sure... Enough for me to undress and get into the fetal position? You bet!

I don't want to be naked and in the fetal position whilst alone; it's just not something one does on one's own... Surely so much efficiency is not required... But, like at the dentist, I do not contradict a nurse who could grass me up to a doctor as a difficult patient, a doctor who will later be yielding a rectoscope. No. In my proctoscopy appointments I always notice I am at my most meek, a sort of pathetic-meek, wronged-woman-type meek… And so, if in preparation for the doctor, the nurse asked me to quietly dance some flamenco while in the fetal position, I would at least try.

Being gay is possibly the final point of contention… As the rectoscope is pushed up my rectum, logically, in the usual non-sexy medical way, I feel anxious that my straight doctor and nurse (who, not being headless, know I am gay) could think that I may be enjoying the whole thing… you know… because I am gay, therefore I must enjoy having a long, hard and wide thing in my rectum (but remember: it's hollow!), a thing which, it is worth noting, is twisted and pulled backwards and forwards (once it's in, they say it’s just backwards, not forwards, and therefore make you feel like you are having some sort of a rectum hallucination). Or maybe it's quite the opposite, and on the same logical lines and judging from my distorted face (due to the procedure in hand), they think I'm not enjoying it when I should... What a pathetic excuse for a gay guy you are… Pull yourself together and enjoy… I am doing my best here, you know! Maybe that’s it: I am supposed to enjoy the rapeoscopy.

But the truth is that above all I feel embarrassed to be involved in the cliché: gay and with a thing up his arse. It makes me feel like I deserve it. This is what happens when you get the retrovirus… other people may need this procedure, but really you need it because of this, you filthy retro carrier… I deserve being 31 and in the fetal position, naked in the feeble and narrow bed, listening to all footsteps and voices near the door (like there’s anything else to do, apart from adjusting the angle of your fetal position, in the very vain hope that you may look good in it), hoping that it’s your doctor already and praying not for a worldwide shortage of KY (the KY really helps) but for an orgy of Kleenex for after, for when it's all over.

viernes, 1 de febrero de 2008

Work


I, I, I… I am 31 and I haven’t got a job at the moment; it’s been two months; and although it feels quite bad, the truth is that I sort of don’t want one anymore (finally, I’ve said it)… I don’t want a job… don’t want it, thanks.


Now, since I don’t want to work and I am not working, one could think I have achieved it all… I’ve got it all, yes: the looks (not true), the family (not true), the brains (not true), the retrovirus (not complaining), a comfortable 14-year-old-style room in my parents house with two cork boards where I pin things in a pseudo artistic fashion and, best of all, I have the non-job of a lifetime... But no, of course life is not so simple: I want to be jobless for ever... for e-v-e-r (now, in the world of the non-job-worker that’s what one calls an ambitious career objective), and not having a job for long, nevermind for ever, whilst retaining your dignity and making others believe that you have dignity, well that is very difficult…


In any case, there is a much bigger problem than dignity here: I want to have money, so much money as for generosity mixed with financial carelessness to become my stand-by mode… I, I, I am chewing the very last bite of our (I’m with somebody in my fantasy) minimalist and therefore non-fattening (I am also super fit: lots of yoga and a personal trainer) luxury hotel meal, and I am already distractedly looking for the waiter: I want them to start getting the bill sorted… no time to wait, grieve, regret, get resentful, feel guilt or start talking about how broke I am and so suddenly feel... I want to pay and go, but I am not even thinking about it; I’m distracted… Why worry?... I have so much money to spend that spending it has become my stand-by mode (I repeat).

It’s not that I don’t have career dreams (the sort that could make you earn money… maybe not enough to have a personal trainer, but enough not to live with your parents at 31... I actually sometimes say that I live at my sister’s because I must obviously think it less humiliating), it’s just that I don’t want to do what it takes to follow them through... and I know, that sounds pretty ordinary and therefore makes me even more pathetic… well, what did you expect?


I am looking for a job though; I feel I should. Sometimes the pressure of not having one is unbearable, and the constant CV sending and form-filling becomes a job in itself, it becomes something that resembles the oldest job in the world: you are like a job-market prostitute, and in my case a bad one… no body fucking wants me (the bastards); and that’s the stage I call the non-job; you are not exactly jobless; you have a non-job... it’s a really bad situation to be in: you are no longer in the wonderful period (lasts about two days) where you’ve just left your previous job and daytime television seems entertaining, something that the rest of the world, like you two days ago, is missing, but not you, you’re especial: you deserve daytime television.. you deserve Trisha. But loving Trisha is an experience that was not meant to last. You are now in the terrible period where you have to sell yourself… and you have to lie so much: lies are demanded of you, but not at all expected… isn't the world crazy… like when they ask you what you think you could bring into that job you're applying to… real non-uttered answer: a physical mass that by its very undeniable presence in this shit office will earn me (and more specifically the intellectual mass that hopes never to set foot here, in the shit office with the shit people and the shit atmosphere) a bit of money. Real uttered answer: well (modesty) I think (modesty) I am quite (modesty) a truly wonderfully fantastic person and that I am absolutely necessary for your oh-I’ve-always-so-wanted-to-work-here business... bla, bla, driven, bla, perfectionist (one of my three official defects)... bla, impatient (another one of the three), bla...

Sorry, I can’t do it. I won’t do it. I am determined in this. But what will I do instead? Will my friends and family stick by me when they see this is not a phase, or when they see me running away from this... and that... from the present, and the past, and a reasonable future?


I know who’ll stick by me (sorry, but I either change this blog’s name to "Simply ME" or I have to throw it in somehow... not that you care, of course): the incomparable, the truly wonderful, the mysterious, the old faithfull… the one and only... the retrovirus.