jueves, 6 de noviembre de 2008

Mark Anthony




Yo tenía un consolador; pero un día lo tiré.

Era grande, era ancho (¿consoladores pequeños y finos?… para eso me quedo como estoy); era de color carne y era carnoso; era sustancial… estaba modelado en la polla de un actor porno británico, Mark Anthony, él también con su propio retrovirus particular, lo cual me ayudó a congraciarme con su miembro ya previa compra.

No tenía función vibradora, pero a mí eso me daba igual; tampoco tenía ventosa, pero es que pesaba mucho. El consolador, eso sí, venía con una bolsita de seda roja que se cerraba con unas cuerdas de color negro; tipo talega del pan pero para consoladores. Uno acababa con el consolador, lo limpiaba, lo guardaba en su bolsita satinada y aquí no ha pasado nada. Todo con mucha dignidad y glamour, que para eso estaba la bolsita roja, creo.

Yo quería practicar, porque —no me andaré con rodeos— siempre he sido un poco estrecho, y la gente, ante mis desistimientos y muecas, siempre decía que eso era lo que debía hacer: practicar… quizás también hacerme enemas para relajarme, o para que se relajara mi ano, o mi recto, o la próstata, o yo qué sé… Pero a mí lo de los enemas nunca me hizo mucha gracia, así que un día me dije: ¡a practicar!

Practice makes perfect.

Además, como cada seis meses me hacen la rectoscopia y siempre me parece tan molesta, pues pensé que igual a base de entrenar hasta empezaba a disfrutarlas. Dos pájaros de un tiro. Ya vería el médico que virguerías sería capaz de hacer con el rectoscopio en la siguiente visita; y una y dos y tres, pas-de-bourré.

Miré varios catálogos y me decidí por el consolador arriba descrito, sin escatimar en gastos. Me lo tomé como una inversión.

«Qué bonito… ¡y cuánto pesa!», pensé cuando por fin llegó, convenientemente, un sábado por la mañana. Tenía todo el día por delante. Lo metía en su saco satinado, cerraba las cuerdas, las aflojaba, lo sacaba y lo volvía a meter. Antes de ir al (gr)ano, y por puro instinto, lo chupé un poco, algo que enseguida decidí que no volvería a hacer.

Aquel primer día cierro las cortinas, enciendo la lámpara de pie, me quito el pijama y los calzoncillos, subo la calefacción, cojo lubricante y varios condones. Le pongo un condón a Mark Anthony y empiezo a sentirme un poco raro.

Ahora bien, el primer problema real: ¿dónde lo apoyo?

Pruebo en el suelo, pero no llevo ni un minuto intentado acertar con el ano en el consolador, tratando de no caerme (y sobre todo de no caerme y acertar a la vez), y los muslos ya me arden; es como una sentadilla infernal… no, yo así no aguanto; esto no es cómodo.

En aquel entonces no tenía más que una silla en casa, y era una silla giratoria de ruedas, en el cuarto de mi compañero de piso (ausente aquel sábado), y la silla parecía lo único con una altura medianamente adecuada.
Pruebo... Pongo una toalla... El asiento es ligeramente cóncavo, lo cual dificulta las cosas: el consolador se cae. Lo sujeto con una mano, con la otra me agarro al escritorio y para abajo voy… así no me duelen tanto las piernas, pero el consolador no es mágico, y yo siento que me estoy intentando meter un cono de carretera por un agujero que no existe; le pongo más y más lubricante, y siento que me estoy intentando meter un cono de carretera grasiento por un agujero que no existe; me intento convencer: esto no es imposible; es cuestión de tiempo, de tomárselo muy poquito a poco (aunque bien podría haber empezado por no comprarme el consolador más king size que había).

Me intento relajar… respiración rápida y entrecortada… respiraciones lentas y profundas, y el consolador sigue siendo como una columna jónica, dórica o corintia, dependiendo de la rapidez, la presión y el ángulo de entrada respectivamente; de vez en cuando me incorporo un poco, toco el glande del consolador y dejo el dedo ahí, en la punta, hasta que vuelvo a bajar, como para asegurarme de que estoy acertando. Y sí, pero cualquiera lo diría: esto es como darse cabezazos contra la pared…

Tengo un grave problema añadido: la silla se va alejado, que al fin y al cabo tiene ruedas para algo, y yo noto que mi atención se desvía y en vez de intentar autopenetrarme estoy intentado fijar la silla al suelo con la fuerza sobrehumana de los primeros milímetros de mi inflexible recto, como apuntalándola con el consolador, o incluso atrayéndola hacia el escritorio con diestros caderazos cuando veo que se desliza, el consolador más palanca que otra cosa. Esto tampoco funciona.

Pruebo sobre el escritorio, mucho más estable. Problema: el consolador queda demasiado alto y tengo que estar continuamente de puntillas… Ahora me arden los gemelos. Cuando no puedo más y me dejo ir un poquito… es una violación… no, esto tampoco; soy masoquista pero no tanto. Me separo un momento del chorreante objeto y lo empiezo a mirar con resentimiento... y le pongo más lubricante.

Relájate por Dios, relájate.
De vuelta a la silla.

Uf uf uf ufufuf…

Ay au ay au ayayayllallai…

uuffff, uufffff, uuufffffffff…

Ayyy, aayyyy, ¡¡¡aaaaaaau!!!

Tumbado en el suelo, boca abajo, retuerzo el brazo sobre la espalda para introducirme el consolador sin más. Tengo un poco más de éxito, pero la fuerza repeletoria de mi recto es exponencialmente mayor que la fuerza impulsora de mi brazo. Hay dolor, pero no hay placer.

Me rindo.

Y tras varias veces de lo mismo, kilo de lubricante arriba kilo abajo, enema arriba enema abajo, hemorroide de más o de menos, acabé por rendirme del todo.

Tiré el consolador, porque tenerlo ahí, inutilizado, me causaba angustia, y tampoco era como para revenderlo en Ebay. Me compré una película de Mark Anthony…

… y me quedé, eso sí, con la bolsita roja satinada.

Algo es algo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta, sigue sigue sigue