domingo, 23 de noviembre de 2008

La sala



Cuando la sala de espera está llena (que hoy no es el caso), y no queda ni un asiento libre, los retrovíricos formamos un círculo imperfecto...

...y en el centro del círculo, más corro de la patata que círculo sagrado, hay una cocinita y un castillo de juguete, y unos cajones con cuentos... todo ello sobre una pequeña parcela de moqueta con un estampado a base de Mickies y Minnies y Donalds... ¿Sera de imitación la moqueta, o tendrá etiqueta de Disney?

El círculo retrovírico siempre tiene apéndices: un grupito de pacientes sueltos, en su mayoría en sillas de ruedas, con goteros también sobre ruedas, depositados aquí y allá por las enfermeras; y luego están las pequeñas hileras de asientos multicolores, de plástico, pegadas a sólo parte de las paredes de la sala de espera, y de los pasillos que llevan a las consultas. Tres asientos... dos metros de pared desnuda... otros cuatros asientos... metro y medio de pared... ¿? Entre actos, las enfermeras te dicen que esperes en alguna u otra de estas hileras, como si cada minihilera tuviera una función distinta, que supongo que así será...

aquí si ya te han pinchado pero no te ha visto el médico...

aquí si ya te han pinchado y te ha visto el médico pero no la farmacéutica...

aquí si ya te han pinchado y te ha visto el médico y la farmacéutica pero tienes gonorrea;... ay... lo que nos vas a costar de criar... o de matar.

Los asientos en círculo, el castillo, los cuentos, las hileras colocadas sin ton ni son, el significado oculto de las hileras... a lo mejor la sala la ha organizado alguno de los hijos de alguno de los médicos... algún niño que se ha aburrido de su guarida hecha con dos sillas y una sábana y se ha liado con nosotros, los sumisos pacientes de Infecciosas; en vez de una guarida mágica, una sala de espera mágica; y aquí nadie rechista, que aquí siempre estás a la espera de que te pinchen... y nadie rechista cuando sabe que le van a pinchar, o a meter un bastoncillo por el glande o (perdón por insistir) un rectoscopio por el recto, que para eso está. No, de rechistar nada. En esta sala reina la docilidad.

En la sala hay cinco ficus lustrosos, muy cuidados, ¿muy de plástico? Pues no lo tengo muy claro.

Las paredes: del suelo hasta la mitad son de un azul claro tipo hospital, de mitad de pared para arriba son de un salmón claro tipo hospital... las dos mitades las separa una cenefa de muchos colores claros... tipo hospital... los cuadros de las paredes son de un soso, de un insignificante, de un ni-te-molestes-en-mirarme... tipo impresionismo hospitalario.

¿Por qué son siempre así los cuadros de los hospitales? ¿Por qué siempre barcas, campos, amaneceres y nenúfares, y siempre todo difuminado? ¿Y los marcos? Dorados y de plástico.

Esta sala de espera es políticamente correcta, está llena de supuestos toques hogareños, tiene tea-making facilities; abundan, en cualquier caso, las buenas intenciones, y eso lo compensa todo.

Alguien llega, le susurra algo a las recepcionistas y se sienta. Un hombre o una mujer. Las recepcionistas hablan, yo escucho. Alguien más se sienta. A saber quién. Mastico chicle. Creo que una enfermera se lleva a uno de los pacientes con su gotero sobre ruedas. Toqueteo mi libro. Miro hacia abajo. Un paciente habla con las recepcionistas y todos lo escuchamos todo. Vergüenza ajena. Leo un poco, pero que muy poco. Huelo el té que alguien se está haciendo en la cocinita de verdad, a la derecha del círculo de fuego, no la de mentiras, que está dentro y que yo juraría que no la ha usado nunca ningún niño retrovírico; pero ahí está.

Y alguien más se sienta, y creo que ya... la sala a tope... el círculo retrovírico arde... y yo me pongo a mirar los juguetes un rato, obsesivamente.

Entonces dicen mi nombre... y me levanto... y se supone que éste es mi momento, mi momento Oscar... "¿Francisco?... can you come with me, please?"... así que me siento justificado, me parece que puedo, aunque sólo sea un momento, muy rápido; y lo hago: hecho un buen vistazo al círculo, a las caras...

Nadie me mira. Ni una persona.

Somos todos iguales.

Los otros retrovíricos miran las revistas, miran hacia abajo, miran hacia los juguetes, miran hacia alguno de los cinco ficus, que la verdad es que son enormes...

Yo y otros... no nos miramos. Aquí nunca nos miramos a la cara. El que quiera mirar a la cara que se vaya a otro sitio.

Sigo a mi enfermera menos favorita, que me lleva a ver al Doctor W, y sé que después de esta primera visita tendré otra con otra persona, y me tocará esperar en alguna de las minihileras, y ya me siento aliviado. Creo que todos queremos estar en los apéndices. Todos queremos salir del círculo de fuego. Todos queremos ser el infectado por neglicencia, el que tiene escrito en la frente: "yo no"... A ellos les infectaron en una transfusión, durante un trasplante o algo así; nada sórdido, sólo trágico; ellos no son como nosotros, como los gays y las negras y los ex drogadictos. Ellos son los agraviados. Ellos sí que se miran, y ellos sí que hablan. Nosotros, los del círculo, los seropositivos sin excusa, no. La mayoría hemos salido de un armario pero nos hemos metido en otro. A mí no me mires... que yo no he hecho nada.

Acabo con el Doctor W y la enfermera N me dice que me espere justo donde yo esperaba que me dijera... la mejor hilera de sillas multicolores... desde aquí veo el círculo sin ser visto...

... a ver a ver a ver...

uno... dos... ¡tres!, ¡¡cuatro!!... ... ... ¡¡¡me he acostado con cuatro!!!

Claro... con razón...

No.

Que no.

Que es broma... que no me he acostado con cuatro tíos del círculo.

La verdad la verdad la verdad... es que yo aquí no conozco a nadie.

Y seguro que cambio de opinión... pero... ahora mismo, ahora mismo...

... me doy un poco de pena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pues cambia ya de opinión que, con lo de maravilla que escribes, lo que das es un gustito al leerte...